Hoja Touray
Tiene ese nombre que nunca voy a
olvidar. Desde África, desde un lugar remoto de Gambia, mujer, niña, enferma…
Todo en su contra. Desde la más absoluta debilidad. Y sin embargo este tiempo
compartido con ella me ha colmado de bendiciones. Todo regalo. Todo don.
La bendición de su sonrisa permanente, ruidosa y contagiosa. El juego de repetir todo en español: los nombres, los colores, las comidas, los cubiertos de la mesa, ¿cómo estás? Hola… Bendición de no quejarse nunca, de vivir desde la naturalidad y la inocencia. Le ofrecimos cosas materiales, pero lo único que la enganchaba realmente era la música de Gambia que salía de una tableta: fijaba toda su atención en las personas que reconocía, en los paisajes, en los sonidos, y se le podía intuir un gesto de añoranza.
La bendición de su sonrisa permanente, ruidosa y contagiosa. El juego de repetir todo en español: los nombres, los colores, las comidas, los cubiertos de la mesa, ¿cómo estás? Hola… Bendición de no quejarse nunca, de vivir desde la naturalidad y la inocencia. Le ofrecimos cosas materiales, pero lo único que la enganchaba realmente era la música de Gambia que salía de una tableta: fijaba toda su atención en las personas que reconocía, en los paisajes, en los sonidos, y se le podía intuir un gesto de añoranza.
La bendición de una madre que
guarda todo en su corazón. No podía comprender ni hacerse entender. Y ese fue
otro regalo que apareció desde primera hora y se ha convertido en parte de la
familia: Abdalá. Su traductor, acompañante, compatriota entregado a las horas
de hospital y de juego. Kaddy no podía hablar en español, pero lo decía todo
con la mirada. Tenía la vida en sus entrañas y aceptaba resignada el anuncio de
la muerte. Apenas la vimos derrumbarse.
La bendición de las tres personas
que, turnándose en medio de sus ocupaciones cotidianas, las han acompañado todo
el tiempo: Fernando, Lorenzo y Manolo, punta de lanza de un grupo que desde la
amistad sencilla, los medios escasos, han tejido una madeja de personas
movilizadas solo por el amor fraterno. ¡Qué fuerza tiene el amor¡ Vivir juntos
el dolor de la frustración: quizá el punto de realismo (y humildad) para
quienes desde Europa pensamos que nuestra medicina lo puede todo. La bendición
de sentirnos invitados a recorrer sus caminos solidarios, la bendición del puente construido entre
Sevilla, Tenerife y Gambia, para seguir derribando fronteras.
La bendición de ser tierra de
acogida, no ya de palabra ni estampando firmas, sino con actos sencillos,
humildes, cotidianos. La grandeza de un pequeño proyecto, Mambré, en el que
sentir cada día la mano del Señor, y la pregunta de quién acoge a quién.
Bendición de experimentar la unión de ánimos, más si cabe estos días, fuertes
en la debilidad de una pequeña africana que removió nuestros corazones, nos
hizo más conscientes del tesoro de la vida compartida, nos orientó para no
perdernos en enredos sin importancia.
Bendición de tocar, complicar bastante
mis ritmos de vida, dejarme seducir por quienes son portadores del rostro de
Jesús. La bendición de sentir que nada
aporta mantener distancias de seguridad, levantar muros, alimentar la
indiferencia, perder tiempo enredada en “mis cosas”. Confirmar que sólo me hace
feliz acercarme, aunque duela.
El misterio de Dios. Cómo una
niña pequeña, frágil, tan pobre que no tiene ni futuro… puede haberme dejado
esta abundancia de bendiciones…
Inma Mercado
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