viernes, 17 de marzo de 2017

Hoja Touray


Tiene ese nombre que nunca voy a olvidar. Desde África, desde un lugar remoto de Gambia, mujer, niña, enferma… Todo en su contra. Desde la más absoluta debilidad. Y sin embargo este tiempo compartido con ella me ha colmado de bendiciones. Todo regalo. Todo don.

La bendición de su sonrisa permanente, ruidosa y contagiosa. El juego de repetir todo en español: los nombres, los colores, las comidas, los cubiertos de la mesa, ¿cómo estás? Hola… Bendición de no quejarse nunca, de vivir desde la naturalidad y la inocencia. Le ofrecimos cosas materiales, pero lo único que la enganchaba realmente era la música de Gambia que salía de una tableta: fijaba toda su atención en las personas que reconocía, en los paisajes, en los sonidos, y se le podía intuir un gesto de añoranza.



La bendición de una madre que guarda todo en su corazón. No podía comprender ni hacerse entender. Y ese fue otro regalo que apareció desde primera hora y se ha convertido en parte de la familia: Abdalá. Su traductor, acompañante, compatriota entregado a las horas de hospital y de juego. Kaddy no podía hablar en español, pero lo decía todo con la mirada. Tenía la vida en sus entrañas y aceptaba resignada el anuncio de la muerte. Apenas la vimos derrumbarse.

La bendición de las tres personas que, turnándose en medio de sus ocupaciones cotidianas, las han acompañado todo el tiempo: Fernando, Lorenzo y Manolo, punta de lanza de un grupo que desde la amistad sencilla, los medios escasos, han tejido una madeja de personas movilizadas solo por el amor fraterno. ¡Qué fuerza tiene el amor¡ Vivir juntos el dolor de la frustración: quizá el punto de realismo (y humildad) para quienes desde Europa pensamos que nuestra medicina lo puede todo. La bendición de sentirnos invitados a recorrer sus caminos solidarios,  la bendición del puente construido entre Sevilla, Tenerife y Gambia, para seguir derribando fronteras.

La bendición de ser tierra de acogida, no ya de palabra ni estampando firmas, sino con actos sencillos, humildes, cotidianos. La grandeza de un pequeño proyecto, Mambré, en el que sentir cada día la mano del Señor, y la pregunta de quién acoge a quién. Bendición de experimentar la unión de ánimos, más si cabe estos días, fuertes en la debilidad de una pequeña africana que removió nuestros corazones, nos hizo más conscientes del tesoro de la vida compartida, nos orientó para no perdernos en enredos sin importancia.

Bendición de tocar, complicar bastante mis ritmos de vida, dejarme seducir por quienes son portadores del rostro de Jesús.  La bendición de sentir que nada aporta mantener distancias de seguridad, levantar muros, alimentar la indiferencia, perder tiempo enredada en “mis cosas”. Confirmar que sólo me hace feliz acercarme, aunque duela.

El misterio de Dios. Cómo una niña pequeña, frágil, tan pobre que no tiene ni futuro… puede haberme dejado esta abundancia de bendiciones…


Inma Mercado

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