Convierte nuestra agua en vino para Tu fiesta… esta es mi petición
después de celebrar la Eucaristía de la Jornada del Emigrante y el Refugiado a
la que nos convocaba la delegación diocesana de migraciones de Sevilla, en la
basílica del Gran Poder. Otra llamada del Señor a seguir profundizando en una
cultura de la hospitalidad, enraizada en el Evangelio de la alegría y la
misericordia, invitados a reconocernos como hermanos y hermanas y abrir las
puertas de nuestra Iglesia, de nuestra Comunidad y de nuestro corazón.
Convierte nuestra agua en vino porque queremos salir de los
espacios de confort, de nuestras seguridades, de nuestras rutinas, de esa vida
tan complicada que hemos cargado de tareas que a
menudo nos conducen a nosotros mismos. Porque no queremos hablar siempre el
mismo idioma que nos hace demasiado iguales. No queremos ser de un solo color o,
quizá peor, no tener ninguno y caminar escondidos en el gris de una vida sin
contraste, sin pasión. Necesitamos un vino que nos haga audaces para mirar,
sentir, acoger, dejarnos afectar, compartir y defender.
Convierte nuestra agua en vino para Tu fiesta… La fiesta que has
preparado para tus hijos e hijas. La que ha comenzado abriendo las puertas de
la Basílica por nuestro pastor, el obispo D. Santiago, al que seguían cantos y
bailes africanos invitando a entrar juntos en la Casa del Señor, nuestro
creador, nuestro guía y nuestra única verdad. Una fiesta de flauta andina,
guitarras y acentos diferentes, en la que Tu palabra se ha escuchado en idiomas
diferentes: diversidad de dones y carismas en un solo cuerpo que da gloria a
Dios.
Tiene mucho sentido celebrar esta
fiesta. Aquí y ahora. En la Europa que se cierra a sus privilegios detrás de
fronteras cada vez más inexpugnables e inhumanas, que persigue a quienes son solidarios
con hombres, mujeres y niños que se juegan la vida en el mediterráneo oriental
y occidental, huyendo de la guerra, la persecución, la pobreza. Nosotros hemos
celebrado que queremos dar posada al
peregrino, que lo nuestro es compartir porque nada consideramos nuestro,
que la diversidad no sólo no nos asusta sino que la deseamos como rostro del
Dios en el que creemos.
Tiene mucho sentido que nos
hayamos hecho presentes en esta fiesta como CVX en Sevilla, congregada junto a
hermanas y hermanos africanos, latinoamericanos, de otros países europeos, para
ser signo de esperanza y de paz. Nos confirma en la llamada que hemos sentido y
que seguimos firmes en responder. Por la que estoy segura de que damos hoy,
especialmente, las gracias al Señor.
Inma Mercado
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