Ana Saenz comparte sus vivencias de este verano en Nador:
Agradecida por tanto
bien recibido.
Hace
mucho tiempo que trabajo con mujeres en situaciones de marginación y ahora sobre
todo mujeres inmigrantes.
A
través de las religiosas de Villa Teresita conocí el duro viaje de estas
mujeres que son captadas en sus países de origen: Senegal, Camerún, Mali pero
sobre todo Nigeria.
En
estos países se viven situaciones de pobreza y las familias envían a sus hijos/hijas
a Europa en busca de una vida mejor y
así poder enviar dinero a sus familias que lo están pasando francamente mal.
En
el caso de las mujeres nigerianas, son las mafias las que captan a las mujeres
y las introducen en estas redes que las traen a Europa. Las familias son
engañadas ya que sus hijas no van a buscar un puesto de trabajo sino que ya
están destinadas a ejercer la prostitución y, de esta manera, “pagar la deuda
que han adquirido”.
El
verano pasado hice por primera vez esta experiencia. Estuve de voluntaria con
el equipo de la Delegación
de Migraciones de la Iglesia Católica
de Tánger en Nador. Nuestra tarea era la de conectar con los miles y miles de
subsaharianos que esperan en los montes de Nador, ciudad fronteriza con
Melilla, escondidos en los montes hasta que se organizan para saltar la valla o
pasar en patera hacia las costas españolas. Atendemos primordialmente sus
necesidades de salud: las mujeres se quedan embarazadas, abortan, tienen
problemas durante el embarazo, los niños tienen infecciones como nuestros niños
y los hombres enferman y sobre todo son apaleados por la policía marroquí al intentar
saltar la valla y sufren fracturas, y heridas que deben ser atendidas casi
siempre en el hospital. Además tienen problemas buco-dentales, como los tenemos
todos, y han de ser vistos por un dentista.
Ellos
nos llaman y el Equipo va a atenderlos en dos coches todoterreno, cerca de sus
asentamientos, y desde allí se les traslada a los Centros de Salud o a las
Urgencias del Hospital de Nador para ser atendidos por el Sistema Sanitario
marroquí.
Las
jornadas son muy intensas ya que intentamos llevarlos desde los distintos
asentamientos y luego recogerlos para devolverlos a los campamentos. Además
atendemos a los que se quedan ingresados, a las mujeres que han dado a luz o a
las que han precisado cesárea. Les acompañamos en el hospital, intentamos informarnos
de su evolución hablando con los médicos y se les lleva comida y ropa limpia ya
que el hospital de la ciudad tiene muy pocos recursos para toda la población
que atiende. Cuando les dan de alta, y antes de que suban de nuevo a los
montes, están unos días en seis habitaciones que han sido construidas dentro
del recinto de la
Delegación - Iglesia en Nador. Allí dos religiosas
franciscanas los atienden hasta que están recuperados para volver al monte.
Y
mi actividad transcurre entre los viajes al monte, acompañarlos a los Centros
de Salud, en el hospital, y en la maternidad con las mujeres y los niños.
Por
las tardes, como me quedaba “algo de tiempo”, acudía a la Darhería (una especie de
casa de beneficencia a cargo del Estado marroquí)) en la que colaboran dos
religiosas Hermanas de la
Caridad, donde están “los que nadie quiere”, personas en su
mayoría deficientes psíquicos o físicos, que han sido abandonados por sus
familias o enviados desde el hospital al alta, donde viven el resto de sus
vidas. Allí nunca sobran manos para
darles de comer, asearlos, o simplemente escucharlos, aunque no entiendas su
idioma, porque el acompañar a alguien es siempre consolador.
El
año pasado volví impactada, herida, sufriente por todo lo que vi. Cuando
alguien me preguntaba por cómo me había ido era raro que no me emocionara y en
ocasiones se me ponía una bola en la garganta que me impedía hablar. Tardé unos
días en poder verbalizar todo lo que había vivido y sentido. Este año he vuelto
mejor, más entera, más madura. Las situaciones que he vivido han sido igual de
duras que las que me encontré el año pasado pero yo he podido entrenarme para
encajar la dureza del sufrimiento de otra manera.
Ahora
vuelvo a mi trabajo en Cuidados Paliativos, enriquecida y agradecida para continuar
con la tarea de acompañar a las personas en situaciones de sufrimiento en la
vida. Creo que esa es la tarea para lo que Dios me quiere y dónde Dios me
quiere; en Sevilla o en Nador, en los domicilios, en el monte, o en el
hospital…
“Agradecida por tanto bien recibido”, como diría
San Ignacio, para “en todo amar y
servir”.
Ana Saenz, CVX en Sevilla
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