Este es el lema que nos planteaba
el papa Francisco para celebrar la Jornada del Emigrante y el Refugiado en la
Iglesia, el pasado día 18 de enero. La Delegación diocesana de Migraciones de
Sevilla, de la que formamos parte como CVX-Se, acordó poner el acento en la
sensibilización de la comunidad cristiana respecto a las actitudes que, en
relación con nuestros hermanos y hermanas inmigrantes, debemos poner en
práctica como seguidores de Jesús.
El día 14, en el Centro Arrupe,
pudimos compartir con dos religiosas la experiencia de vivir la frontera. La
hermana Francisca, Hija de la Caridad, forma parte del equipo de la delegación
diocesana de migraciones de Tánger que trabaja en Nador (Marruecos). Nos
conmovieron sus palabras sobre la situación de las personas que malviven en el
monte Gurugú y en otros enclaves cercanos, esperando para arriesgar su vida en
un salto cada vez más peligros de la valla de la frontera con Melilla o embarcando
en patera para cruzar el mar de Alborán. Allí un equipo intercultural e
interreligioso se afana en curar heridas y hacer algo más llevadera su
estancia. La hermana Paula, carmelita vedruna, nos mostró la realidad al otro
lado, esta vez de la valla de Ceuta, una ciudad que se convierte en una trampa,
al impedir tanto el retroceso como el paso a la península… a veces permanecen años
en el Centro Temporal de Internamiento para Extranjeros (CETI). La comunidad
vedruna y la asociación Elín ofrecen una modesta casa para acogerlos en la
urgencia y organiza actividades para que puedan obtener algunos recursos. La
iglesia a través de estas mujeres, se esfuerza en transmitir esperanza,
cuidando, acogiendo y acompañando.
El día 17 celebramos una vigilia
de oración en la parroquia de San Felipe Neri. Un rato pausado con el Señor, en
el que tuvimos presentes a todas las personas muertas en sus viajes hacia una
vida mejor, especialmente a los 15 jóvenes que murieron hace casi un año en la
frontera de Ceuta. Tiempo de pedir perdón, de dejarnos remover por la
injusticia, de pedir fuerzas para ser valientes y comprometidos en la denuncia
de la política europea, para ser Iglesia sin fronteras.
Es mucho lo que queda por hacer,
como dice monseñor Agrelo: “La Iglesia es siempre Iglesia sin fronteras, que se
mueve con agilidad en los espacios de la exclusión, de la inequidad, de los
crucificados de la Tierra. Y ha de ser siempre Iglesia sin fronteras, madre de
todos, amor que a todos se ofrece, ancho y acogedor como el corazón de Dios”.
Inmaculada Mercado
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